En el Antiguo Testamento se hace mención de la “Ruaj” para referirse al Espíritu que habita sobre las aguas (Gn. 1, 2) y que inunda todos los espacios de la creación. Es precisamente este Espíritu el que Jesús nos entrega estando en la cruz, y que es recibido por los apóstoles en Pentecostés.
A lo largo de los años, han sido muchos los filósofos y teólogos que han reflexionado sobre el Espíritu Santo y, sin ir más lejos, San Arnoldo Janssen afirma que “si invocamos al Espíritu Santo, Él daría otro rumbo a los acontecimientos del mundo”. Es precisamente esta experiencia, propuesta por San Arnoldo, la que nos invita a pensar en el modo en el que el Espíritu sigue “aleteando” hoy sobre nuestra humanidad.
La vida de nuestra comunidad está profundamente atravesada por la experiencia del Espíritu: en tantos gestos y acciones que vemos cotidianamente en nuestros estudiantes, profesoras (es), auxiliares, administrativas (os) y apoderadas (os). Todos, en la medida en que caminamos hacia la búsqueda de Jesús, nos abrimos a la experiencia del Espíritu, y podemos ser a su vez, parte del fuego que se va transmitiendo con el fin de penetrar en los dolores, alegrías y en todo aquello que nos invita a caminar en esta comunidad, en donde la diversidad tiene un lugar privilegiado, porque es precisamente el Espíritu el que nos une, considerando lo más auténtico de cada una y de cada uno.
En este año en que hemos comenzado a dar aquellos pasos que nos permiten recuperar la normalidad, pidamos a Jesús, el Verbo Divino, que nos haga sensibles a los soplos del Espíritu, con el fin de ir comprendiendo qué debemos hacer para que esta comunidad siga siendo un lugar en donde todas y todos nos sintamos personas plenas y, en donde las tensiones propias de la convivencia cotidiana, no desvíen nuestra mirada de lo fundamental: dejarnos amar por el Espíritu de Dios, tal como somos, y dando lo mejor que tenemos.
Juan Cristóbal Pasini
Director de Formación