Martín Gusinde llega a Chile en 1912. Viaja, desde Europa, con 26 años para asumir su primer destino.

Recién ordenado sacerdote de la Congregación del Verbo Divino, se integra al Liceo Alemán de Santiago de Chile. Allí, combina labores religiosas y docentes. Trabaja como profesor de Ciencias Naturales, pero sus intereses son más profundos. Pronto asume como Jefe de Sección del flamante Museo de Etnología y Antropología de Chile. Desde allí busca apoyo para aprovechar los meses de vacaciones escolares, investigando en el extremo sur. Planifica expediciones etnográficas para acercarse (entre 1918 y 1924) a los aborígenes de Chile: Yaganes (Yámana), Onas (Selk’nam) y Alacalufes (Kawéskar). 

En su primer viaje constata que hay menos fueguinos de los que piensa, pues sabe que su número decreció debido al contacto con los europeos. Rápidamente siente una urgencia: salvaguardar lo que aún queda de estas culturas. Sabe que está contra el tiempo para cumplir la meta. Por eso, con profundo cariño y respeto por los habitantes de esas tierras inhóspitas, planifica nuevos viajes. Con recursos escasos, con el apoyo de muchas voluntades y con la ayuda de los mismos fueguinos, realiza cuatro expediciones que le permiten concentrarse, principalmente, en el estudio del pueblo Yagán.

Para obtener su confianza, para penetrar su alma y para comprenderlos decide  compartir la vida cotidiana. Se familiariza con ellos. Renuncia a sus propias comodidades, vive sus jornadas, soporta la rudeza del clima y confronta la misma escasez de recursos. Ellos abren su corazón y la intimidad de su alma. 

Perciben que su interés es genuino, porque busca reivindicarlos frente a los juicios injustos y antojadizos del pasado. Gusinde quiere protegerlos del olvido. Quiere poner en valor su patrimonio espiritual y cultural. Ellos, por su parte, dejan que los inmortalice con la cámara fotográfica que acarrea, le invitan a ceremonias sagradas y le cuentan sus relatos más preciados: “Querían que yo presenciara todo lo hermoso que ellos poseen”, enfatiza en “Los Indios de Tierra del Fuego”.

Gusinde es meticuloso. Registra y da a conocer aspectos ignorados y mal explicados como, por ejemplo, su espiritualidad. Muestra que comparten una visión monoteísta semejante. Timaukel para los onas y Wuatauinewa para los yaganes, es un ser omnipotente al que dirigen sus ruegos, porque participa en el devenir histórico de los humanos, pues “de él provienen todas las leyes y disposiciones, las buenas costumbres y preceptos”, recalca. Anota también que su estructura social básica es la familia monogámica que se traslada por los canales en canoas (alacalufes y yaganes) y por las llanuras (onas). Y observa que socialmente no se constituyen en un solo grupo cohesionado ni obedecen a jefes o gobiernos centrales. Coexisten en total armonía y consonancia con la naturaleza, pues están completamente adaptados a la hostilidad del medioambiente. Cada aspecto de su forma de vida es el más eficiente para la sobrevivencia. En ese contexto, Gusinde relata que las exigüas flora y fauna existentes, obligan a un traslado continuo que exige poseer lo estrictamente necesario.

Gusinde dice que la canoa o anán de corteza de tronco de los yaganes es el medio perfecto y más eficiente para recorrer el archipiélago del Cabo de Hornos. También explica que su vivienda (chozas construidas a partir de ramas con formas abovedadas o cónicas, según el sector de emplazamiento), está hecha para resistir la potencia del viento. Advierte que su desnudez física contribuye al secado rápido del cuerpo en el fuego. En fin, cada hábito indica una perfecta adaptación al hábitat. Y, en ningún caso, implica –tal como lo supusieron algunos viajeros– una falta de inventiva o inteligencia.

Martín Gusinde estudia y perfila la cultura de los pueblos originarios de la zona más austral del mundo, aportándonos información de incalculable valor histórico, etnológico, antropológico y lingüístico. Así, muestra de modo inédito su idiosincrasia, consigue además, según sus propias palabras, que “en cilindros de fonógrafo quede perpetuada su voz”.

Tras 14 años en Chile, en 1926, vuelve a Viena y comienza a escribir el pionero y gran trabajo de 9 tomos sobre los pueblos más australes del mundo. Alterna esa tarea, durante 40 años, con otras decenas de expediciones e investigaciones etnológicas en otras partes del mundo: Arizona, Nuevo México, El Congo, Filipinas y Nueva Guinea.

Continúa la docencia en la Universidad Católica de Washington (Estados Unidos) y, además, dicta conferencias en la Universidad de Nagoya (Japón). Finalmente, después de 30 años, vuelve al país que más lo identifica: Chile. Durante el breve reencuentro en 1956, dicta una conferencia en el capitalino Salón de Honor de la Universidad de Chile.

Martín Gusinde dedica gran parte de su vida a rescatar para la memoria chilena y de la humanidad, el relevante valor cultural de los fueguinos. Su estudio, publicado en su monumental obra, fue traducido al castellano y se titula, originalmente “Die Feuerland Indianer”. En 1969, con 83 años, fallece en Viena (Austria). Gracias a su notable contribución al conocimiento y apreciación de las culturas primitivas, es considerado –hasta hoy– uno de los etnólogos más ilustres del mundo.

 

María Ignacia Doña
*Licenciada en Historia y Geografía (PUC) y Magíster en Humanidades con mención en Historia (UAI).

 

 

Con este encabezado, el Colegio del Verbo Divino ha bautizado la presente exposición, dedicada al P. Martín Gusinde svd y su obra etnográfica, al cumplirse cien años de sus investigaciones en Tierra del Fuego y en el Archipiélago de El Cabo de Hornos y dedicada a los pueblos fueguinos, representantes de culturas arcaicas, es decir Selk’nam (Onas), Yagán (Yámanas) y Kawéskar (Alacalufes). Son pueblos, en gran parte, extinguidos, aunque, en opinión de algunos, un puñado de ellos sobreviven. Su desaparición se debe, más que a factores naturales o problemas endémicos, al encuentro con los colonizadores europeos en la Patagonia, a grandes empresas laneras que ocuparon las tierras que antes habían pertenecido a estas culturas. En realidad, aunque duela decirlo, fueron desplazados, “cazados”, oprimidos y hasta exterminados. Algunos historiadores hablan de “genocidio” y de “cazadores de indios”. Pero no los afectó solamente la brutalidad y los abusos de algunos colonizadores, sino también el encuentro con la cultura occidental, con sus antivalores, sus vestimentas y costumbres. Francamente, les hizo mal carecer de suficiente espacio para cazar su comida, es decir, animales de mar y tierra y recoger hierbas y frutos del campo. Les impactó el hecho de cubrirse con ropas europeas que, mojadas, les causaban enfermedades mortales, tanto como el consumo de alcohol y otros vicios introducidos.

En ese mundo austral, inhóspito y helado, cruzado por los indios nómades, vivió e investigó –durante meses veraniegos– el sacerdote y misionero alemán de la Congregación del Verbo Divino, quien llegó a Chile en 1912 como profesor de Ciencias del Liceo Alemán de Santiago recién fundado, y que posteriormente, se transformó en un prestigioso establecimiento educacional. Sin embargo, su mayor interés y talento iban por otro lado: conocer e investigar a pueblos originarios, algunos ya en vías de extinción en ese entonces, como los fueguinos. Quiso conocerlos y estudiarlos; vivir entre ellos, vivir con ellos; llevar su vida rústica, escuchar sus tradiciones, recuerdos, mitologías y visiones religiosas, etc. Se vinculó también con los Mapuche y otros pueblos del norte de Chile, pero la gran misión de su vida se concentró en los pueblos australes.

El P. Martín Gusinde es uno de los grandes etnólogos y antropólogos de la Congregación del Verbo Divino, de renombre mundial, junto con Wilhelm Schmidt, Wilhelm Koppers, Paul Schebesta y Anton Vorbichler, quienes fundaron e integraron la Escuela Histórico-Cultural de Viena (Wien), con un enfoque distinto y complementario a la teoría evolucionista, que veía, en una línea progresiva, el desarrollo de la humanidad desde seres cuasi semihumanos al hombre desarrollado. En cambio, la Escuela de Viena consideraba y estudiaba a cada pueblo en su cultura y contexto, sin odiosas comparaciones con otras etapas de la evolución.

Martín Gusinde no fue un etnólogo ni un explorador como muchos otros antes que él; tampoco un turista pasajero ni un aventurero. No conoció a sus queridos fueguinos al pasar, sino que los contactó profundamente, sin ideas preconcebidas. Como recalca, pasó días “en medio de ellos”. Compartió su vida sencilla, rudimentaria y expuesta a todo tipo de altibajos. También vivió en una de sus chozas, junto al fuego, comió lo que ingerían, es decir, carne de guanaco y de lobos marinos (a veces medio cruda) y hierbas del campo. Fue uno más entre ellos. Por eso lo llamaron: “El último Yagán”.

En sus viajes, sufrió incomodidades extremas, arriesgó su vida (tuvo escorbuto), se sometió a las costumbres y a los hábitos de estos pueblos ancestrales y fue iniciado, como un integrante más, a la tribu. Los conoció de cerca, en verdad, muy de cerca.

Con la rigurosidad y precisión que le eran propias, realizó sus investigaciones con el más moderno instrumental de su tiempo, ya que, mientras desarrollaba sus estudios universitarios, había adquirido un cúmulo de saberes y procedimientos necesarios para rescatar para la posteridad la fisionomía y cultura de aquellos pueblos que vivían en su ocaso, considerados entre los más antiguos de la humanidad, especialmente, los pueblos Yagán y Kawéskar.

Gusinde fue un científico. No fue un amateur ni un coleccionista. Por su identificación con los aborígenes, su sólida formación, su interés y celo profesionales y su disciplinada perseverancia en situaciones, que hasta amenazaban su vida, entregó a la humanidad un legajo de conocimientos y materiales (fotográfico, audios y otros), que lo acreditan, hasta hoy, como una referencia mundial en lo que respecta a los habitantes de Tierra del Fuego y del Archipiélago de El Cabo de Hornos.

El concepto del encabezado de la presente exposición, que más interpretación y aclaración requiere, es el del “Diálogo Intercultural”, término hoy día en boga en la sociología y también en la evangelización de los pueblos, muy especialmente en boca de la Congregación del Verbo Divino, desde los tiempos de su fundador, San Arnoldo Janssen.

Martín Gusinde, junto con exhibir su rótulo de eximio científico, fue sacerdote y misionero, hombre de fe en Jesús. Hoy se entiende la evangelización no solamente ni en primer lugar como bautizar, catequizar, integrar a la Iglesia o participar en la vida sacramental (pasos y hechos que son sagrados para el cristiano); también exige saber llegar a las personas y las culturas, porque de ello dependen sus frutos. Tampoco basta solamente ni en primer lugar, la predicación del Evangelio o del Catecismo; es necesario el encuentro, el diálogo que implica escuchar al otro con atención y respeto, para comunicarle la propia experiencia de Dios y así acercarse al hermano y a la hermana, valorando sus tradiciones y costumbres, lengua, símbolos y creencias. Este acercamiento respetuoso, con tino y con la verdad, se da a través del diálogo entre culturas, en el intercambio de convicciones y vivencias de la fe. El etnólogo alemán fue parte de los pueblos nativos. Sintió respeto y dignificó a cada uno de ellos en su cultura, estilo de vida, mitología y mundo religioso, a diferencia de otros europeos que demostraron cierto desprecio e infravaloración de la manera de ser y vivir de los aborígenes, ejerciendo, incluso, una coerción indebida. Valga como ejemplo la evangelización de América Latina en los siglos de los grandes descubrimientos de continentes enteros.

Una de las características del etnólogo Gusinde fue su acercamiento a los pueblos nativos con respeto a cada uno de ellos, a su estilo de vida, su mitología y su mundo religioso. Se acercaba sin prejuicios ni manipulaciones a quiénes se tildaba despectivamente como “salvajes”. Sin duda, como cristiano y misionero escuchaba el mandato de Jesús: “Vayan y hagan a todos los pueblos discípulos míos” como oferta de la Gracia y donación del buen Dios y no como obligación. Gusinde actuó y dejó actuar en libertad, sin imposiciones estériles y sin traicionar su proyecto de vida, pues vivenció el intercambio intercultural y el hallazgo de Dios en las  culturas fueguinas.

El misionero sabe y cree que Dios ya está en las distintas culturas, antes que él llegue. Sabe descubrir, tal como dice el Concilio Vaticano II, las “semillas del Verbo” en otras religiones y culturas. Por eso, un misionero de Jesús, como lo fue el P. Martín, es tolerante y actúa sin fanatismo, respeta la conciencia de sus hermanos y hermanas sin subyugarla con falsas artimañas, pues sabe que Dios es más grande que su Iglesia y tiene caminos sorprendentes de salvación; cree que Dios salva a todos sus hijos e hijas y no solamente a los bautizados.

En otro plano, su denuncia es fuerte. Acusa atropellos, abusos, discriminaciones y persecuciones de los pueblos originarios de parte de estancieros, loberos e individuos de cuestionable moral. No duda en llamarlos “criminales” con nombre y apellidos. En los informes, que envía al Gobernador de Magallanes, acusa el trato indigno e inhumano que reciben los pueblos fueguinos y solicita –con urgencia al Gobierno de Chile–, velar por su bienestar, cediéndoles un terreno en la Isla Navarino.

En suma, Gusinde, sin hacer evangelización expresa, evangeliza por el hecho de valorar a la persona humana y su cultura, conversar con sus “indios” y poner énfasis en la dignidad humana, por encima de diferencias raciales, sociales, filosóficas y religiosas. Con esta mirada se adelanta a sus tiempos con un enfoque posterior, que se ha llamado “giro antropológico”.

El “giro antropológico” de la teología, es decir, su orientación hacia el ser humano, su salvación integral, su vida lograda, su valor y dignidad, tan característicos en la teología y en la filosofía del siglo XX, encuentran un germen vanguardista en la persona y trabajo del etnólogo alemán. A ello se suma que, significativamente, la institución, de la que Gusinde era miembro y colaborador, y su revista internacional, editada por la Congregación del Verbo Divino, se llamen “Anthropos”, es decir, hombre.

Algunos exploradores y navegantes tildaron a los pueblos fueguinos como “salvajes”, incluso como “antropófagos”, de vida primitiva sin Dios ni ley. Esas leyendas se transmitieron de generación en generación, sin mayor conocimiento ni rigor científicos. Sin embargo, el P. Gusinde pudo averiguar, estudiar y observar la religión monoteísta de los fueguinos, su visión del Dios creador y sostenedor del universo, la esencia espiritual del Ser Supremo, la importancia de Dios en la vida diaria, sin sacrificios humanos, ni de animales ni materiales; el valor de la familia y la educación de los hijos, etc. De esta manera, refutó impresiones y visiones reñidas con la realidad y la verdad. Sin duda, la obra de Martín Gusinde aportó a valorar a los supuestos primeros habitantes de América y, tal como hoy sucede, sigue siendo un referente indispensable y de alcance mundial para el conocimiento y la valoración de los pueblos Selk’nam, Yagán y Kawéskar.

 

Herbert Becker svd*          
*Estudió Filosofía y Teología en el Seminario SVD en Mödling (Austria) y en Sankt Agustin (Alemania). Profesor de Religión (UCV, Chile).